Goodbay

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3 jun 2016

EN EL OCASO


También están los que usan las palabras, como arma y escudo, para cerrar el portón a la nostalgia —o en el peor de los casos— abrirla y engullirla a litros.

Es de ley, es de santo código abrigarse alrededor de la gramática, sin tocarla, juntos pero sin andar mezclando pieles, dos entes equidistantes, y enredar… 
Jugar a entrelazar las sílabas, como quien teje un tapabocas que siempre deja a medias, como quien no espera al sueño y ya desde bien temprano se vuelve dragón —que no caballero— obviando a la princesa.

Tiñamos grafías entonces, sepamos que los dedos nacieron para sostener tu pluma.

En ella se engendran todos los recelos del mundo.
No hay ocaso, hasta eso se ha perdido.
Te lo dije a pie de página, pero siempre percibes mis frases desde arriba…
Y yo también me bebo el miedo.

Tracemos sobre la hoja entonces.

No nos queda de otra. Apuremos la tinta que envenena tus pensamientos,
demos luz a tus musas y que corran por la vena hasta el ventrículo.

Porque la gran contrariedad es latir, conseguir que de una maldita vez sintamos algo.
O quizás ya sentimos, tú al menos.

Por esa amante insatisfecha que te exige más de lo que vales, que no se muerde la boca ni derrama exuberancias en la tuya, esa misma que se desprende de tus ropas cada vez que le aprietan sus zapatos, la que nunca come de tus miserias…

¡Y es a esa a la que tú le rindes pleitesía!

Acabemos con esto, pasemos la página y cerremos el libro, no da para más tu historia.

Se agotaron las noches en vela, se ha consumido el ímpetu y la perseverancia. Asume la derrota.
No más puntos suspensivos, no más comas, no más símiles brillantes que disfracen de extraordinario lo mediocre. Ya basta de proporcionar complejidad a lo simple.

Demos fin, tu verdad no es la verdad, la verdad es solo una.
Ahórrate el cinismo barato, la mentira piadosa que te vendes, no más mártires de cuento. 


No endulces la crudeza. La literatura —tu ausente amante intransigente— no se queda a solas llorando tu partida, no eres tú quien se pierde en el ocaso, no. 
No es ella quien sangra por la herida…

Eres tú a quién abandona.



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