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26 feb 2016

¿ SER BUENO O SER TONTO ?

Ay tres tipos de personas, o eso me decía mi madre: los buenos, los malos y los “tontos”. Yo, a día de hoy, sólo tengo claro que no pertenezco al grupo de los malos, pero dudo entre las otras dos opciones.

El grupo de los buenos está formado por personas con bondad innata, de esa que en el mundo ─desgraciadamente─ poca queda y, para más inri, tiene el peligro de corromperse, o lo que es peor, destruirse por completo.

Sin embargo, ¿quién puede hacer añicos al espíritu genuino de los buenos?

Obviamente, su antagonista: ¡los malos! Reconocer a este grupo puede ser una tarea bastante complicada ─a no ser que sus hechos sean tan exageradamente malévolos y estén muy a la vista de los demás─, sobre todo, cuando al principio, se colocan la máscara del grupo de los buenos. Todavía me pregunto cómo lo consiguen... ¡realmente se hacen pasar bien por uno de ellos! Su nombre los describe y poco hay que decir de esta especie. Simplemente, hacen daño. No hay motivo. No hay un punto exacto. Sólo ganas, conscientes, de lastimar.

Por último, están los “tontos”. Suelen ser buenos ─aunque algún tonto malo me he encontrado yo por ahí, ¡no lo voy a negar!─ pero suelen sufrir demasiado.

¿Por qué? Porque a veces se aprovechan de ellos. Pueden aguantar ofensas, malas palabras y asumir culpas cuando ni siquiera son suyas propias. Pueden soportar las lágrimas, estar tristes y no decir ni una sola palabra, fingir una sonrisa y hasta ser el florero del grupo infinitas noches con tal de hacer felices a sus amigos.

¡Oh! ¡Discúlpame! Seguramente te preguntarás porqué he puesto las comillas en la palabra “tontos”. Yo te lo explico: el que es bueno, ¡es bueno!. El que es malo, ¡es malo!. Sin embargo, el que es “tonto” realmente lo es a la mitad.

Sabe perfectamente el daño que le van haciendo poco a poco y reconoce cuando alguien le ataca, incluso cuando lo hace en un tono vagamente sutil. Eso es de alguien inteligente, independientemente de si es bueno o si es malo.

Aún así, se calla deseando que ese sólo haya sido un momento concreto con una persona exacta, anhelando que al día siguiente todo estará bien, que jamás volverá a ocurrir e intentando olvidar palabras que le hirieron.

Esto último, raras veces lo consigue y ese día termina llegando una y otra vez, y no sólo con una, sino con varias personas. Y aguanta, ¿por qué? Ni siquiera el “tonto” lo sabe, de ahí su estupidez.

No es capaz de enfrentarse y ahí disminuye su valor. Desgraciadamente, no hablo sólo del coraje, sino del valor que se tiene a sí misma esa persona. Deja de confiar en ella, se siente cada vez más pequeña. Inseguridad. Miedo.

¿Estoy hablando de mí? Lo más probable es que sí. También podría estar hablando de ti. ¿Por qué no rompemos esas cadenas que nos atan como si fuéramos las marionetas de un maldito teatro reciclado? ¿Por qué no somos como nos gustaría ser y no cómo les gustaría a los demás que fuéramos? ¿Por qué no gritamos? ¿Por qué no nos hacemos valientes?

¡Oh! ¡Espera! ¡Sí lo somos! Sí hemos aguantado todos los improperios y situaciones dramáticas que no tiene sentido recordar, ¡deberíamos ser más valientes que ellos! Deberíamos. Debemos. Siempre.

 El grupo de los malos no cuenta. Nunca. Jamás. Queda el de los buenos. A secas.
 El mejor.





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