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3 jun 2016

CÓMPLICES DEL SILENCIO





Fue la despedida, pero no fue brusca.
Fue un adiós lento, paulatino, hasta que un día, al despertarnos, ya no quedaron más palabras, ya no hubo más besos.
El que hasta entonces era nuestro mundo, de repente, se tornó vacío y sin sentido.

Nos culpamos el uno al otro de nuestra mutua desidia.
Nos culpamos de la falta de interés, de la rutina, de los silencios, de la apatía.
Perdimos el tiempo lanzándonos acusaciones, buscando porqués, sin saber que con ello perdíamos la última oportunidad que quizá nos quedaba.

Nos pudo el orgullo. Nos pudieron los silencios tercos; esa sensación de querer y no poder;
el miedo a acercarnos, porque sentíamos que ya estábamos fuera de lugar y de tiempo.
Tiempo.
Tiempo perdido cada uno de los segundos que desde entonces pasé culpándome, culpándote, dándole vueltas a por qué ya no estaba contigo.

Fue el silencio. Ese maldito silencio nacido del miedo a sufrir.
Ese que me atenazaba el alma y que impidió que te dijese lo que de verdad sentía en todos y cada uno de aquellos momentos en los que tú esperabas, en vano, una señal. Ese silencio que se aferraba a mi garganta impidiéndome gritar a los cuatro vientos que sí, que sentía, que te amaba, que para mí la historia no estaba acabada...

Fue el silencio. Ese maldito silencio nacido del orgullo.
Ese que se aferraba a tus dedos cada vez que sentían la tentación de deslizarse por el teclado para escribirme o comenzaban a marcar mi número con la esperanza de escuchar mi voz.

Ese silencio que encarceló tu alma, antes libre, impidiéndote confesarme abiertamente que sí, que sentías, que me amabas, que para ti la historia no estaba acabada...

Fue el silencio el que acabó con nuestra historia, pero el silencio no llegó solo.

Fuimos nosotros quienes lo trajimos a nuestras vidas, quienes lo invitamos a dormir entre los dos, cada noche, en nuestra cama. Fuimos los culpables, en igual grado.

Nos rendimos al miedo, al orgullo, abandonamos la lucha...
Callamos. Callamos porque era más sencillo que arriesgar.
Callamos porque en el fondo, quizá nunca estuvimos preparados para darnos, para amar...

Acallamos a nuestros corazones, les pusimos una coraza y... nos pudo el silencio.



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