Goodbay

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10 nov 2011

y aun asi te quiero..imaginandonos en un pais lejano

Siempre esperaba cada jueves con impaciencia a que Buenos Aires amaneciese. Era la oportunidad de encontrarme nuevamente con él, de conocerlo algo más. Aunque ya hacía mucho tiempo que sabía cómo era; semana tras semana sus letras hacían vislumbrar algún detalle que lo delineaban mejor y, entonces, yo me apresuraba a añadir ese nuevo elemento a un retrato suyo que mi cabeza había dibujado.
Era perfecto dentro de sus imprecisiones, porque yo las había hecho mías, tal y como las deseaba: Descuidado, pero con el encanto de quien intenta controlar cada instante; adorable y a la vez irresistible con su impulso autoritario; entusiasta e imperturbable al mismo tiempo... Se hacía también habitual que soñara con su cara, sus manos y, en mis fantasías, él siempre se deleitaba utilizando mi cuerpo como si fuera el ansiado folio de un escritor maldito sobre el que la tinta no dejaba de correr. Me apreciaba y recomponía una y mil veces para después adorar su obra. Y yo, de repente y sin pretenderlo, despertaba con la sonrisa de quien ha tenido la mejor noche de su vida.
Nunca intenté hacer realidad mis quimeras, por la imposibilidad de las mismas, hasta que me encontré frente a frente con él una fría noche, en Estocolmo.
Como cada año, viajé hasta la ciudad donde los faros auguran el fin del mundo con bellos horizontes, donde el tiempo bromea parando los segundos en la unión del Riddarfjärden, Kungsholmen y Stadshuset, donde la Navidad huele a jengibre en el Gamla Stan... Y justo allí, en medio de la carga histórica que dejan entrever las antiguas calles de la reina escandinava, en el ”Islote de los caballeros” -no podía ser de otra manera-, apareció fulgurante, como cada una de las estrellas que había ido a disfrutar ese día.
Así, lentamente, como pasan los fotogramas de las escenas de amor de cualquier película, me acerqué a él, sonriendo, sin dejar de contemplarlo. Tras decirle mi nombre, un torrente de palabras se agolparon en mi garganta impidiendo que pudiera seguir hablando. Tan sólo quería explicarle que, aunque él no lo supiera, ya nos conocíamos desde hacía años e, incluso, habíamos llegado a amarnos. Me saludó devolviendo amablemente el mismo gesto con el que yo le obsequiaba, y lo acompañó con una mirada tan profunda que podría haber vaciado el mismísimo Báltico... Pero esa noche, la única que se coló por todos sus recovecos como el agua de un mar que todo cubre, fui yo.
Y, sin siquiera darnos cuenta, los acontecimientos se precipitaron hasta vernos gritando a la ciudad desde los grandes ventanales de nuestra habitación de hotel. Entre esas cuatro paredes, bajo la inmensa luna y cuando todos los astros volvieron a ocupar su lugar en el manto oscuro del ocaso, nos quisimos como nadie lo había hecho jamás. Nosotros fuimos quienes brillamos durante horas, sin darnos tregua, agotando cada minuto sin descanso.
Pude dormir apenas un par de horas, cuando el sol ya asomaba lo que a mi se me antojaron rayos verdes propios de atardecer, y lo hice con la sonrisa de quien, esta vez sí, ha tenido la mejor noche de su vida.
No fue hasta el momento de despertar que comprendí la fatalidad del error cometido; difícilmente 400 nuevos recuerdos de papel podrían consolar la realidad de su ausencia. Maldigo el día en que antepuse el placer de la realidad a la felicidad de los sueños, plasmados todos en unas hojas que nunca me van a abandonar...

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