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24 nov 2014

MANERAS DE PONERSE UN SOMBRERO



Normalmente utilizamos esta expresión de sabor antiguo como forma de elogio ante algo que consideramos digno de admiración.

Una prueba de amistad verdadera, una buena gestión, un concierto fabuloso, o simplemente para elogiar la belleza de alguien.

Pero es en esta etapa de resaca posterior a la publicación del número cuatrocientos de esta revista que hacemos entre todos, cuando ha cobrado un sentido literal.

El regalo de celebración de tal acontecimiento, el sombrero de reportero, se ha añadido al mercado de objetos escasos y de alto precio, llegando sin rubor alguno a las ocho cifras.

Nunca he comprendido del todo la ley de la oferta y de la demanda.
De vez en cuando suelo darme algún pequeño capricho para cenar con manjares que no se ven habitualmente en los restaurantes.

A un precio algo caro, pero no tanto como vendido por manos privadas.
Y este es un ejemplo sin importancia.

La mayoría de objetos fuera del mercado, de una gran rareza, para el común de los ciudadanos no suenan más que a leyendas urbanas.
En ocasiones muy excepcionales consigues cruzarte con alguien que los lleva puestos, y pasa tan rápido que apenas da tiempo a fijarse.

¿Ganas de presumir paseándose a la velocidad de la luz para dejar ese destello de algo único?
 No puedo saberlo, no he tenido ocasión de oír viejas historias de los que poseen tales accesorios, aunque sería interesante conocerlas.

Por mera curiosidad, suelo ojear los anuncios particulares y fingir que me escandalizo con los precios. Encuentro absurdos la mayoría de los productos que se anuncian y puedo vivir sin ellos,
ya estoy bastante adornado de momento.

En el caso que nos ocupa, el sombrero, tenemos dos caras de la misma moneda.
Creo recordar que el primer paso lo dieron aquellas personas pudientes, amantes de las curiosidades y establecieron ofertas muy jugosas desde el inicio, y de ahí ya partieron los posibles tratos.
Aquellos que por su bagaje personal, o su suerte, tienen una cuenta corriente casi sin límite, vieron la oportunidad de completar su colección.

Solo por el mero hecho de poseer algo escaso de nuevo, y seguramente la mayoría, sin haber tomado una pluma ni para hacer la lista de la compra.
Y quienes fueron tentados por esa inyección económica, no dudaron en olvidar rápidamente el regalo que habían recibido.

Quizás muchos acudieron a los festejos alentados por la promesa del premio, sin considerar que era un reconocimiento al arte en su sentido más pleno.
Más asombroso sería comprobar la mera codicia de alguien desprendiéndose de él sin pensarlo, a pesar de ser un colaborador habitual.

No voy a mentir, si tanto miraba los anuncios es porque se me pasó por la mente la posibilidad de hacer caja. Sin embargo, no tenía la posibilidad de invertir de nuevo en negocios ni pensaba cerrar el círculo volviendo a revisar las alhajas tan escasas del mercado de objetos únicos.
Suelen ser algunos de los destinos tradicionales de grandes gastos.

Aunque recordando mi historial como escritor en ambas orillas, el orgullo del trabajo bien hecho pese a sinsabores y bajadas de moral, así como pérdidas de inspiración, creo que merece la pena conservar el obsequio.

Para recordar todo de lo que soy capaz, y que con mi esfuerzo en otras disciplinas de la vida, voy guardando otras ganancias. Sentirme realizado, y saber que con una pequeña contribución puedo hacer pensar a alguien, es importante para mi.

Con independencia de que el intercambio artístico perdure, o quede en el recuerdo, nadie puede estar seguro. Pero va a quedar ahí como un hito.

Tal vez en el trasiego de alguna ciudad a otra, alguien se quede mirando por un instante mi sombrero, haga averiguaciones y se decida a escribir también.
Espero que en el sentido más puro de la literatura... pero no soy quien para juzgar.




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