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26 feb 2016

EL AMOR ENTRE TINIEBLAS



Era una noche oscura, aunque -por lo que a mí respecta-

no recordaba el último amanecer que presencié.
Parecía que había pasado siglos entre las tinieblas y mi ánimo iba montado en un carrusel de sensaciones contrapuestas.

Cansancio, excitación, tranquilidad, adrenalina... todo un coctel explosivo que hacía que la vida siguiera corriendo por mis venas.

Nunca he sido alguien de los que llaman “sociables”.

Mis amigos se cuentan con los dedos de una mano lacerada.

Mi tiempo siempre ha sido para mí misma y nunca he sido feliz.

Siempre he vivido en una soledad inquieta, esclava de mi propio yo, de una forma de ser que parasitaba mi existencia.

Fantasear con la calidez de un alma humana era una de mis torturas favoritas.

Me gustaba herirme, a sabiendas de que nunca podría tenerlo al alcance.
Mi destino, en definitiva, era convertirme en una ermitaña social.

Por eso me gustaban las ocupaciones pueriles y sangrientas.

Por eso las cacerías eran el mejor momento del año. Y ahí estaba yo, en una de tantas,

enfundada en un traje de sudor mientras me tomaba el primer descanso del día.

Una comida frugal era mi única compañía y el mañana era solo una posibilidad entre tantas.

A pesar de eso, en un instante, mi vida cambió. Surgiste de la noche, con esos ojos que lo decían todo sin decir nada.

Mi instinto reaccionó por mí y levanté la escopeta, con mi dedo amartillando el gatillo.
Cualquier día una bala hubiese volado en décimas de segundo surcando el aire para instalarse entre esos ojos... pero ése no era cualquier día.

Ningún proyectil comió carne en ese instante. Tus ojos embriagaron mi consciencia sumergiéndome en una narcolepsia inédita en mí. Evocaban una comprensión del infinito y de mi propia existencia que me aterraba a medida que sensaciones nuevas y desconocidas inundaban mi cerebro.

¿Qué era yo, más que un alma buscando su igual? Y allí estabas, delante de mí. Alguien se reflejaba en mi espejo vital.

No éramos ni iguales ni distintos, pero en mi fuero interno, sabía que eras tú, la que vivía el mundo como yo lo vivía. Por primera vez en la vida, vislumbraba lo que es amar a un alma gemela, y en tan solo un segundo.

Tan solo un segundo... y te abalanzaste sobre mí para hincarme los dientes.

El primer gesto exclusivamente centrado en mi persona. Lo más cariñoso de mi patética vida.
El magno gesto de amor de alguien sin vida para con alguien sin alma.

Ese día dejé la vida y saboreé la muerte. Ese día amé por fin, a mi manera, a mi estúpida y triste manera.

Hoy mi carne descansa en una oscura cripta junto a ti, ,y mi yo anterior
vive en una piedra más del camposanto, en la que las autoridades solo grabaron unas simples iniciales.

Pero si de mí dependiese, así rezaría:
"Aquí yace quien no amó persona en vida, mas vivirá quien ame a una zombi en muerte".

Porque para todo roto hay un descosido...



 

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