Goodbay

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26 feb 2016


Lo amaba.
Lo sabía cada mañana, cuando el aroma a café se abría paso hasta su cerebro entre las brumas del alcohol en cualquier hotel y cuando trataba de leer el futuro de su historia en los oscuros posos que se dibujaban en el fondo de la taza después.

Lo amaba. Lo gritaba cada noche,
cuando cada poro de su piel se enredaba en la sábana de la pasión que apagaba en cualquier otro cuerpo y cuando al terminar, desnudo de su amor, se vestía el corazón con jirones de anhelo y recuerdo.

Lo amaba. Lo callaba cada tarde, cuando sus dedos temblorosos arrancaban sin querer poemas de amor de las cuerdas de su guitarra
y cuando su maldita timidez, disfrazada de soberbia, le hacía incapaz de articular palabra al mirarlo.

Lo amaba. Lo sentía a cada momento,
cuando el nudo de su pecho se hacía tan molesto que amenazaba con asfixiarle si no dejaba brotar el sentimiento.
Y cuando frustrado e impotente juntaba letras y palabras que luego se tragaba.

Lo amaba. Lo sabía y muda lo gritaba.
Lo sentía e, invariablemente, lo callaba.

Frustración y anhelo. Impotencia y desnudez. Timidez y recuerdo...
Dedos temblorosos, pasión, alcohol y nudo en el pecho...
Amenazando con asfixiarle, miedo y soledad, con continuar hundiéndolo.
Debía hablarle; hacerle saber más allá de la invisible e insalvable barrera
que los separaba.

 Mas... ¿cómo llegar a su corazón si para ella era menos aún que nada?
¿Cómo hacerle entender que hacía años que lo amaba?

Si jamás cruzaron palabra



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