Goodbay

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26 feb 2016

PERDIENDO LA CUENTA







Son ya muchos años desde que pasó, tantos que he perdido la cuenta, sin embargo, siempre vuelve y se come el futuro.
El día de lo que no hablo estaba viajando solo a ningún lugar, inmersa en una gira para buscar mi sentido artístico.

Cuando recibí la noticia de su boca me desperté en un planeta lejano, una isla diminuta aislada en el medio del universo.

Al abrir los ojos y mirar a mi alrededor no estaba sorprendida, no sabía quién era pero eso nunca planteó ningún interrogante.


Todos los días me despertaba, paseaba por la esfera con la mente perdida bajo un cielo sin estrellas y miraba por la ventana al lejano mundo que bullía ajeno a mí.
La verdad es que jamás me pregunté qué hacía allí.
Era un extraña en mi propio ser.

Los días se deslizaban ante mí como la corriente de un riachuelo cercano, incontrolables. A veces iba más rápida, otras despacio, en invierno, sencillamente, se congelaba.

Pero siempre volvía aunque transformada.

Una tarde tumbada boca arriba junto a la música del tiempo jugaba a contar el número de aviones que sobrevolaban ese planeta lejano que me obsesionaba.

Era todo un baile de rastros cortando el cielo, siempre a la vez, de izquierda a derecha, como una competición en que nadie ganaba. Esa tarde todo cambió cuando apareció el.

Era diferente a mí, aunque nos entendíamos a la perfección usando las palabras no se podría decir que hablásemos el mismo idioma.

Llegó a poner preguntas en un cuerpo sin respuestas y los cimientos se agitaron. Yo era una habitación llena de trastos olvidados en las baldas más altas a las que no llegaba, con los temblores empezaron a caer.

Me preguntaba y preguntaba y tras cada respuesta se paraba un buen rato a observarme como a un bicho raro antes de lanzar una nueva tanda de preguntas.

Creo sinceramente que no había respuestas buenas o malas, simplemente eran interrogantes que debían responderse, con sinceridad, para generar otras respuestas internas.


Sea como fuere funcionó, cambió mi realidad. Un día al pestañear aparecimos de vuelta en este mundo de cosas-que-hay-que-hacer, su mundo que a mí todavía se me hace extraño.

Por suerte, nos reservamos la posibilidad de poder, de vez en cuando, pestañear y perdernos en un mundo donde me sé mover sin ataduras. 

Si le preguntan ella dirá que el agua todavía se está descongelando, yo creo que la corriente fluye desatada bajo el manto helado, y nunca encontraré palabras suficientes para agradecérselo, salvo en los contados momentos, como este, en que se rompe el hielo.

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