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16 feb 2016

EL RASTRO DE UN PERFUME



la primera vez que tropezamos , de esa manera en la que llamó mi atención.
Inmersa como estaba en mis propias miserias,
fue el relámpago que necesité para despertar de nuevo a la vida, con todas las consecuencias.

Fueron momentos de duda, de tropiezos, de prudencia.

Nunca había sido el consejero de nadie, otros escuchaban mis preocupaciones normalmente.

Tampoco había estado tan próximo a nadie de mi mismo sexo, la gente pasaba por mi vida sin dejar huella, más que las bellas criaturas que creábamos, y no siempre.

Cuando dos personas están predestinadas de alguna manera, no se puede luchar contra esa realidad. Si tiene que suceder, lo hará, aunque suponga romper con todas las normas que creías ciertas.


No fue más que asumir una forma de ser que siempre había estado allí, tapada por múltiples capas de diferentes texturas: seda, cuero, plumas...

Sin embargo, la perfección no existe, los sueños se derrumban como castillos de naipes, son arrastrados por el viento, se rompen y no hay forma de volverlos a su estado natural, etéreo.


Llega el momento del adiós, con amargura, casi con odio... sin escuchar.

Puede que más tarde o más temprano, ese espacio venga a ocuparlo otro alguien, que te llena, que te vuelva a despertar una vez que volviste a morir.

Pero ese otro, no tiene su perfume, ni su sonrisa, ni su ironía...
nadie puede sustituir a tu mi único amor, a quien te convirtió en lo que eres.

Evidentemente esta historia puede pasarle a todo tipo de parejas, pero, cuando esa fue la que movió las piezas de tu ser, no se puede olvidar por mucho que te hayas establecido.


En momentos en los que estás frente al mar, pensando, desearías que al volver de esa lucha con las olas, tu primer amor te rescatase en la orilla.

Cuando no hay nadie en esos instantes al otro lado, solo puedes recrearte en el recuerdo, aunque aún siga doliendo, pero es lo que te hizo fuerte para seguir.


 

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