Goodbay

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20 may 2015




Hace tanto tiempo que camino por el desierto que he aprendido a diferenciar las dunas aunque, cuando cierras los ojos y canta la luna, jueguen a moverse.

Los días en el desierto son abrasadores, el tiempo te sacude con su contradictorio ritmo, cuando los segundos pasan despacio los años son una avalancha de arena que amenaza con aplastarte si no te mueves.

Mientras paso a paso caminas tambaleándote por la cuerda floja que marca el horizonte los buitres surcan en círculos sobre tu cabeza.


Te dan sombra con su vuelo alto que no dibuja intenciones. Cualquier signo puede ser malinterpretado, los pactos con el diablo son el día a día al infierno del paraíso y su inercia no me atormenta porque silencia las voces de mi cabeza.

Sigues su camino y llegas a ninguna parte.

Así es como encuentras un oasis, no sabes qué es lo que te mantiene prisionero de tus libertades, pero lo cierto es que el cielo no se caerá entre estas cuatro paredes de aire, los viejos fantasmas solo pueden aullarte desde las afueras y,

a veces, por la noche sueñas que son cantos de sirenas que te invitan a dejarte llevar flotando a probar sus mieles.

Lo cierto es que si te alejas mucho bien podrías perderte y aunque eso no signifique no encontrar soluciones puede hacer olvidar preguntas importantes. 


Podrías volver a tropezar con tu piedra angular tres veces en el medio de tu tormenta de arena y no saber que aprender.


Porque la tormenta que siempre te ha cazado, quizás habita en tu interior y lo sabes.





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