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20 feb 2012

MIS MUSAS


El papel en blanco siempre fue una provocación para mí.
Era como si la pulcritud de la superficie me retase a un duelo donde vencería si consiguiera llenarla con el máximo número de palabras posibles, palabras coherentes que con una lógica implícita, formaran un artículo.

Hace días el papel se ha vuelto un desafío. Quiero escribir, pero siento que falta algo.

¿Será que las musas me han abandonado? Tal vez se tomaron un tiempo de vacaciones, necesitaron respirar lejos de mí y se retiraron de mi lado temporalmente.

No las culpo, más bien las aplaudo.

Y llegado a este punto, ¿qué son las musas? Son algo que nos trae la inspiración, hace saltar esa chispa que todo escritor lleva dentro, ese empujoncito que te hace tomar la pluma y no soltarla hasta que el definitivo punto y final está en su lugar exacto.

En mi situación, no me falta la necesidad de contar cosas, porque las experiencias siguen llegando a mi vida de modo constante y continuado.

He llegado a pensar que tal vez el tener ciertas personitas muy cercanas a mí, con quienes comparto mis inquietudes y dilemas, sea lo que retiene la necesidad de compartir más con los lectores.

He querido excusarme ante mí misma, objetando que el ajetreo del día a día actual me ha impedido tomar ese papel y llenarlo de inteligibles garabatos oscuros con los que plasmar mis pensamientos, pero sé que es solo eso, una excusa demasiado fácil donde esconderme.

Me gusta pensar en esas musas. Imaginarlas como pequeñas hadas invisibles al ojo humano que nos susurran al oído el comienzo de un relato o artículo, los versos primeros de un haiku o los compases clave de una canción.

Las imagino gráciles, vaporosas, sonrientes de mejillas sonrosadas y con una alitas brillantes transparentes. Invisibles a nosotros, por supuesto, pero visibles a un alma candida.




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