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12 oct 2011

El arte mortal

Hablamos de cultura como la forma de expresión que el hombre ha perseguido desde sus inicios para dar conocimiento de su modo de vida, de su sociabilidad, de las habilidades poseídas. Y no es tarea fácil enseñar la belleza del arte, la profundidad de los sentimientos, el desnudo del alma.
A esto se dedica el artista, quien siempre ha pretendido utilizar su obra como medio para manifestar sus pensamientos más insondables de cara a un mundo que no deja de recordarle el hastío de sus días. Razón básica es la comentada para explicar el fenómeno que aparece, muy habitualmente, dentro del mundo de la música; el de aquellas personas que, embriagadas por la similitud de su experiencia vivida con la del autor y puesta en bandeja por este último en forma de canción, dan rienda suelta a un acoso que, lejos de ser un halago, termina siendo una auténtica pesadilla.


Es un hecho constatado –y, por otra parte, muy corriente- que el artista se encuentre con un público que, más allá de disfrutar de sus composiciones, pretenda llegar al fondo de su historia de manera literal: Por suerte, la mayor parte de esta masa de gente, no llega a los límites que unos pocos consiguen sobrepasar violando la privacidad del intérprete y queriendo formar parte de su existencia como algo más que un mero observador en la distancia. Cuando esto ocurre, el incondicional seguidor torna su persona en la figura de un poderoso enemigo que hace tambalear la integridad del músico; un juego en el que ganar significa destruir a la estrella y su entorno.
¿Merece la pena poner en peligro lo que uno ha construido con amor y esmero bajo el nombre de familia, por seguir tocando la gloria de la popularidad? En estos tiempos que corren, desear reconocimiento y fama se ha convertido, sin duda, en una práctica arriesgada. Ya quedaron bien atrás esos años, en los que los únicos disparos que se distinguían eran los de aquellos incombustibles paparazzi, que no dejaban de alumbrar con sus flashes cada paso dado por los amos y señores de los escenarios. Ahora, el gatillo más ligero puede ser una simple llamada de teléfono, cuya mortífera bala son voces envenenadas con letales rumores.
Cambian las costumbres poco a poco; es algo innato a la cultura, mencionada al principio. Pero no deja de ser curiosa la evolución del comportamiento humano, cuyo progreso es tan cuestionable y paradójico como lo de esta idolatría convertida en enfermedad, donde un individuo amante intenta arruinar a toda costa al sujeto admirado, donde el alimento de ambos es lo que termina matando, la vida y la muerte bajo un mismo disfraz; el artificio de las palabras.


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