Goodbay

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21 oct 2011

yo, me, mi , conmigo

Todos tenemos personas que nos hacen la vida mejor, que le dan sentido. Personas sin las cuales nos encontraríamos vacíos, perdidos. Aparecieron un día en nuestra vida y se quedaron. De ellas aprendemos, con ellas convivimos, a ellas acudimos cuando necesitamos consuelo, risas o unos afros. Y ellas hacen lo mismo con nosotros.
Conseguimos ser mejores, evolucionar, crecer. Conseguimos desplegar el enorme abanico de emociones que ocultamos bajo tatuajes y borracheras.
Conseguimos vivir.

Sin embargo, parece que la gente que queda fuera de ese círculo es menos importante hasta el punto de que nos resulten completamente indiferentes, o, al contrario, despierten en nosotros un sentimiento de odio injustificado a causa del típico hizo noséqué a noséquién.
En ambos casos, nuestra actitud con ellos será injusta, aunque no queramos reconocerlo.
Está claro que no vamos a dar lo mismo por un desconocido que por un amigo pero ¿debemos ignorar al primero?. Está claro también que no vamos a compartir la felicidad de una persona a la que despreciamos pero ¿debemos alegrarnos de lo contrario?

Ilustrándolo con un ejemplo cercano podríamos decir que la gente muere todos los días. A veces nos toca tan cerca, que nos mata un poco a nosotros. A veces tan lejos, que ni nos enteramos. Otras veces nos toca cerca, pero al ser la de una persona que no apreciamos, incluso parecemos alegrarnos. ¿Es justa esta actitud? Por muchos problemas que se hayan tenido con la persona en cuestión, ¿es justo "alegrarse" de su desaparición? No es justo y lo sabemos; sin embargo, egoístamente, no podemos evitar hacerlo. En primer lugar porque las emociones se escapan a nuestro control. En segundo lugar porque somos seres insolidarios; y aquí es donde reside el verdadero problema, ya que muchas veces nuestra reacción pública (que es totalmente controlable), deja en evidencia nuestros sentimientos al respecto. Olvidamos el dolor que sufre la gente que sí llora su pérdida en pro de la liberación que nos supone no tener que volver a ver a esa persona.

Es sólo un ejemplo, cogido con pinzas, pero que nos sirve para ver la falta de compromiso social que vivimos.

Deberíamos aprender que, aunque en nuestra vida muchísimas personas no representan nada, no por ello merecen nuestra desconsideración, nuestra indiferencia o nuestra agresividad.

Y es que nos falta demasiada humildad, a mí la primera. Y todos somos capaces de reconocerlo, pero no hacemos nada por cambiarlo; al fin y al cabo, si estamos bien como estamos, el problema no debe ser nuestro, sino de los demás.


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