Goodbay

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4 oct 2011

perdón ... por opinar

Cuando uno está muy seguro de algo, no tiene reparo en repetirlo una y otra vez. A todas horas. A cualquiera que quiera escucharlo.

Al contrario de lo que se cree, no es una cuestión de ego; más bien se trata de ese extraño sentimiento que nos embarga ante la revelación de lo que creemos es una verdad indudable.

Y es que en los tiempos que vivimos, lo común es dudar de todo y no creer en nada.

Con el tiempo, uno convierte estas creencias en verdades. Se olvida de que existe la posibilidad de que no sean ciertas, se les otorga el adjetivo de "absolutas" y se dedica a defenderlas a capa y espada, incapaz de contemplar cualquier otra posibilidad.

A veces, este proceso lleva años. En ocasiones, es cuestión de un par de días.

Supongamos que comienzan unas elecciones y al candidato que apoyas le sale un competidor. Investigas la situación un poco y terminas por convencerte de que será imposible ganar. Supongamos que, llegados a ese punto, te pasas dos semanas diciéndole a todo el mundo que va a perder, que es una pena, pero que todo llega a su fin.

Supongamos que, como amigos tuyos que son, intentan animarte una y otra vez apelando al optimismo y tú, borracha de una certeza autoimpuesta, te dedicas a rechazar sus ideas con una sonrisa. Llegado el día en el que se revela al ganador, cuán grande es tu sorprensa al descubrir que te has equivocado.

Y ¿qué puedes hacer ahora? Pues aguantar el chaparrón.


Lo que tiene airear una opinión, una creencia o cualquier teoría como si fuera una verdad absoluta es que, en el momento en el que se descubre que no es así, lloverán sobre uno una cantidad infinita de comentarios acerca del error cometido. Comentarios repetitivos y básicos. Comentarios sarcásticos. Comentarios que se parecen extrañamente a todos los que tú hacías cuando defendías tus -ahora- conjeturas.

Todo tiene un precio a pagar en esta vida. No se puede cometer una acción sin esperar una reacción, del tipo que sea. Uno no puede equivocarse y esperar que nadie diga nada.

Al fin y al cabo, errar es humano; y echar en cara esos errores, muy nuestro.


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