Goodbay

Vistas de página en total

1 oct 2011

La pequeña gran crisis

La treintena se acerca y, con ella, la crisis propia del cambio de decenio en la edad. No es más que eso en realidad, cambia la primera cifra.

El problema reside en que normalmente, y durante diez años, solo varía la última de nuestra edad. Pero en los treinta, cuarenta... y en todos los comienzos es el momento de plantearse muchas cosas, de comer muchas barritas de chocolate o comprarse muchos coches nuevos, y de intentar hacer lo necesario para cambiar tu vida y convertirte en la persona que soñaste ser y, no nos engañemos, no has llegado a serlo a pesar de pasar casi diez años.

A los veinte no la hay, todavía no eres consciente de todo lo que va a cambiarte la vida, y cómo vas a cambiar tú mismo y tú misma en los siguientes.

Pero a los treinta comienza la verdadera fiesta del autoconocimiento personal. De mirar con lupa las grietas e intentar repararlas, de mirar las facturas de liposucciones e implantes de pecho e intentar hacer la siguiente en una clínica mejor para que duren más tiempo, para que se note menos que no son completamente tuyas por mucho que las hayas pagado.

Llega entonces también el momento de recordar todo lo que con apenas 16 años decidiste que tenía que ser tu vida futura, ya de mujer. Y de darte cuenta de lo inocente e infantil que fuiste cuando te cargaste de valor para dejar el hogar materno y viajar por el mundo en busca de emociones y alguna meta.

Decidiste que tenías que enamorarte, casarte y tener hijos. Que tenías que ser feliz. Que tenías que dar el ‘sí, quiero’ un día de San Valentín rodeada de todos tus amigos. Decidiste que darías un regalo de recuerdo a tus invitados, y que luego comerías tarta y bailarías con todos y cada uno de ellos. Que ese momento solo podrías vivirlo una vez en tu vida y que después vivirías feliz para siempre en la senda de la felicidad definida.

Decidiste también que tenías que ser una estrella de la música, que venderías miles de copias de tus discos, que compondrías tus propias canciones, que te perseguirían con cámaras de fotos porque serías la estrella más buscada, que darías conciertos ante multitud de personas, que la prensa escucharía tus divinidades, que las nuevas generaciones imitarían tu estilo.

Tantas cosas y tantos sueños y tantas ilusiones depositadas, que apenas te dio tiempo de darte cuenta de que olvidabas que eso era lo que se esperaba de ti. Que nadie esperaba que los cuentos tuvieran un final muy distinto al feliz. Que los amigos vuelan igual que vuelan las águilas. Que los hijos crecen e ignoran todas las enseñanzas. Olvidamos que no siempre el público necesita miles de ídolos a los que seguir y que el éxito en la carrera musical es algo más complicado de lo que soñamos cuando éramos solo unos adolescentes.

Olvidamos que, quizás, nos enamorábamos de la persona menos indicada y que no podríamos decir en público jamás que era el amor de nuestra vida, que quizá un día decidías que era mejor cambiar los recuerdos de la boda que un día soñaste entregar a tus amigos por un encuentro fugaz en el antro más escondido de la ciudad más lejana del planeta.

Y lo que un día soñamos que seríamos nos persigue en la crisis de los treinta. Y cambiamos los zapatos con cordones por unos zapatos de tacón de aguja color negro y compramos un vestido nuevo para dejar el traje negro colgado para siempre en el fondo del armario.

Y te das cuenta de que da igual lo que quisiste ser y da igual lo que ahora seas. Lo que importa realmente es seguir despertando cada día ver tu buzón de correos de casa repleto de tarjetas de felicitación de amigos. Que tu vida no ha sido como planeaste que fuera, pero al fin y al cabo ha sido una vida. Y lo mejor, siempre, está por llegar.

Así que comes una deliciosa tarta de cumpleaños y afrontas el nuevo decenio sabiendo que solo han pasado unos pocos años de tu vida


No hay comentarios:

Publicar un comentario