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4 oct 2011

Sin miedos ..ni fantasmas...

Nuestras vidas suelen estar colmadas de miedos. Cuando somos jóvenes e inexpertos nos aventuramos a conocer el mundo, a crear proyectos y perseguir nuestros sueños con ansias de logros, fama y riqueza; experimentamos el miedo al fracaso, a lo desconocido, a no alcanzar lo que nos proponemos, a quedarnos estancados, a ver como se cierran algunas puertas y como gente que hoy estaba a tu lado se marcha para no volver en mucho tiempo.

A medida que pasa el tiempo nos damos cuenta de que al fin superamos esos miedos, conseguimos estabilidad, acumulamos experiencias, éxitos. Hemos aprendido valiosas lecciones, hemos tomado importantes decisiones y conocido gente que de alguna u otra manera ocupa un lugar valioso en nuestras vidas. Llegamos a sentirnos completamente equilibrados y satisfechos con las cosechas que alguna vez sembramos y los frutos que de ellas recogimos. Pero la vida siempre nos presenta situaciones que cambian nuestros esquemas, que nos hacen perder el equilibrio, replantearnos cosas y reviven esos miedos.


A menudo, acostumbramos a tomar como referencia a pasadas experiencias -aquellas historias de fracasos que nos hicieron sufrir alguna vez y que curiosamente son rescatadas de nuestro inmenso baúl de recuerdos- al momento de enfrentar estas nuevas. Ignorando que, aunque sea fundamental aprender de nuestras vivencias y de los errores que cometemos, no existen dos historias iguales. El problema no es pensar en el pasado y contrastarlo con el presente, sino permitir que los viejos fantasmas se apoderen de nuestra confianza, que los miedos fundamentados en la trillada frase de "procura no tropezar dos veces con la misma piedra" invadan, nublen la mente y el corazón.

En el amor, esto sucede con mayor frecuencia ya que es una energía capaz de transformar y envolver a los que participan libremente en ella. Capaz de unir a aquello que la razón ve imposible, de cambiar todo lo que somos e incitarnos a ser lo que siempre quisimos ser, de enloquecer al más cuerdo, de perturbar los ideales más arraigados, de ignorar las leyes que traten de interferir en su manifestación. Por lo tanto, al enfrentarnos al amor no podemos cometer el grave error de dejar que los fantasmas del pasado creen incertidumbres e inseguridades.

Es por eso que al amar debemos olvidar los prejuicios, los fracasos, las viejas historias, las supersticiones. Y centrarnos en escribir a puño y letra, junto a esa persona, una nueva e irrepetible historia colmada de momentos inolvidables, procurando disfrutar de ellos a plenitud. Sin que nos desconcierten los atroces finales ya experimentados, las probabilidades o los inevitables temores que sentimos al exponernos a la peligrosa e impredecible travesía del amor


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