Goodbay

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14 jul 2011

Par el deseo es una pregunta

Me encanta ese desayuno. Tus ojos entrecerrados que dejan a tus manos cerciorarse de que no soy un sueño en la curva de mi espalda. La afirmación Vamos a llegar tarde, ni pregunta, ni protesta, cuando tus dedos se hunden en mi pelo y mi boca se desliza por tu pecho.

Es mejor que las galletas y el chocolate caliente. Tus baquetas marcando el ritmo de mis canciones. Mi arco interpretando tus melodías. La caricia de tu mirada que me deslumbra a la vez que los focos.

Un guiño al bajar del escenario. Mi espalda que se funde con la puerta del camerino. Las piernas que no necesitan tocar el suelo porque pertenecen a tus caderas. Sólo tú, entonces, mis gemidos dibujando tu nombre en el aire.

Obligarte a comer, aunque signifique perder la atención de tus pupilas. Que me saques a bailar y halagues mis pasos, torpes a tu lado. Inventarme carteles que cuando cuelgan de aviones manifiestan que las dudas hace tiempo que quedaron obsoletas.

Para merendar ya me sirven hasta los chococrispies. Adivinar mensajes ocultos en las formas de las nubes. Comprobar qué catalejo divisa tierra antes. Contraer deudas en las que los dos cobramos. Hacer cálculos imposibles para cuadrar estrellas.

Apenas ver atardecer con el sabor suave del algodón de las sábanas. El calor de tus brazos cuando mis ojos se cierran sin que sea hora de dibujar historias en las constelaciones. La noche cerrada que iluminan tus ojos velando mi sueño.

¿Y aún me preguntas si quiero otro día más?

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