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25 sept 2011

Arbolito de navidad

Érase una vez, en una ciudad de nombre cualquiera, un pequeño arbolito que vivía en una pequeña plantación de abetos criados para ser árboles de navidad.

Nacían pequeños y frágiles en macetas de ningún color, llenos de sueños y con un solo objetivo en la vida, alegrar los salones de las familias en el día de navidad. En cuanto comenzaban a crecer y a fortalecer sus raíces, les trasladaban al gran campo trasero para que allí viviesen los próximos años hasta ser lo suficientemente grandes como para entregarlos.

Nuestro arbolito recibió su sitio con entusiasmo, porque por fin iba a crecer para hacer aquello que estaba deseando. Pero su sitio era el más sombrío de todo el terreno, y justo al lado los árboles más grandes, que ese año serían entregados, que le hacían aún más sombra.

Durante mucho tiempo, soportó las risas y las chanzas de nuevas y nuevas generaciones de árboles fuertes y robustos, mientras él se quedaba pequeño y falto de fuerza. Y lo que era peor, sus esperanzas iban menguando día tras día.

Su hora se acercaba y por fin sabría de qué pasta estaba hecho. Todos le decían que nadie le escogería y que entonces los hombres le llevarían a la casa del humo y ya nunca más vería el sol. Eso le aterraba y, durante las noches, tenía pesadillas en las que ya nunca más veía salir el sol. Pero a pesar de todo, era de voluntad férrea y creía que todo se arreglaría. Vendría una familia que se enamoraría de él y se lo llevaría a su casa. Viviría feliz y contento hasta el fin de sus días.

La víspera de navidad había un gran tumulto de gente paseando por entre los abetos, escogiendo y haciendo medidas para llevarse el árbol perfecto. Pasaban las horas y la gente ni siquiera le dedicaba la más mínima mirada. Caminaban junto a él, sin reparar siquiera en su presencia.

Y fue así invariablemente hasta que, al final del día, vio entre llantos a una persona que se dirigía hacia él, que ya era el único árbol que quedaba. Se agachó, cogió su pequeña hacha y de un tajo, le arrancó de sus raíces.

Por fin había conseguido su hogar. Aunque cuando pensaba que se dirigían hacia la puerta de salida, el hombre torció a la izquierda dirigiéndose hacia un edificio gris del que salía un humo del mismo color. Arbolito no comprendía que pasaba, pero se ponía más nervioso a cada segundo. El hombre entro en la casa y se dirigió hacia unas llamas tan vivas que parecían el mismo infierno.

Y de repente todo se apagó y se convirtió en oscuridad.


Todos conocemos la parte bonita de la navidad, pero ignoramos o queremos ignorar que por cada historia con final feliz, existen otras tantas en que el final no es como nos lo pintan en los cuentos. La navidad puede ser una época de felicidad y alegría en la que más que nunca, debemos acordarnos de aquellos que no pueden disfrutarla de la misma forma.

Todos debemos buscar a nuestro arbolito y salvarlo de las llamas de la tristeza..

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