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22 sept 2011

Seudonimo , no anónimo

Un día, te despiertas y te invaden unas extrañas ganas de escribir un artículo. O dos.

Coges papel y bolígrafo y comienzas antes de que estés completamente consciente y, por tanto,
te des cuenta de lo que estás haciendo.

Puede que sea el café recién hecho que te has tomado o que -aún- te dura la borrachera de anoche; en cualquier caso, las palabras fluyen sin ningún trabajo. Forman frases coherentes, rotundas y, en ocasiones, incluso graciosas.

Continúas escribiendo hasta que pones el punto y final y, entonces, observas tu trabajo con una enorme sonrisa, digna de las mejores portadas.

Decides que ya va siendo hora. Que esta vez vas a mandarlo de verdad a la revista.

Morirás apedreada, o aclamada. O puede que bajo el peso de la indiferencia. Pero no volverás a dejarlo para la semana que viene.

Miras el formulario de la editorial, y vas rellenándolo mientras tarareas (las cosas hay que hacerlas bien...)

- Título: Hecho.
- Texto corto: Hecho.
- Autor: ...

Llegó la duda.

Sabes tu nombre, obviamente. Si anoche no te acordabas es porque el vodka no quería susurrártelo al oído. Conoces tu nombre. Y además te gusta. Es bonito.. Suena a cantante de jazz. O a bailarina erótica. Entonces ¿por qué te detienes? El texto está escrito, esas son tus palabras, ¿cuál es el problema?

Pues yo os lo voy a decir: la objetividad brilla por su ausencia.

En un mundo dominado por las emociones y las relaciones sociales, incluso el más imparcial termina bailando con la subjetividad. Es inevitable.

Estamos sujetos a tantas influencias que no seríamos nosotros mismos si no se despertaran esas sensaciones.

Pero cuando uno escribe para que los demás lean, lo que quiere es poder disfrutar de las reacciones que conlleva. Reacciones de agrado, de desagrado, de ira, de solidaridad... Cualquier reacción que haga que uno sienta que lo que ha escrito, no ha sido en vano.

Si firmas un artículo con tu nombre, pierdes parte de esa espontaneidad, ganas críticos injustos y puedes olvidarte de la naturalidad.
Si, por el contrario, firmas con un seudónimo, disfrutarás de algo más objetivo, para bien o para mal. Y por supuesto, deberás asumir ambas consecuencias, y dar la cara ante ellas.

Así que, por mucho que se diga eso de "escriben bajo la seguridad que les ofrece el anónimato", la realidad es que escriben bajo el espectáculo que un seudónimo facilita.



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