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28 sept 2011

Naufraga

Navegaba por el mar en calma sin presagiar problema alguno. de repente, la tormenta creció encima de mí. Se hizo más y más virulenta a medida que pasaba el tiempo. El barco que me daba asilo comenzaba a zozobrar sin remisión y ocurrió lo inevitable...

Fui un naufraga que encontró refugio en una isla desierta llena de gente; que pasaba los días mirando el horizonte en busca de una vela empujada por el viento; que fue perdiendo toda esperanza, segundo a segundo, hasta sumirse en un sueño despierto.

Vagaba de punta a punta de la isla sin un rumbo concreto, cual zombi sin cerebro, buscando una razón de ser. Un modus vivendi que me permitiera sentirme viva de nuevo, parte de algo al menos.

Me sentía perdida sin el timón del barco en mis manos, sin poder dirigir la proa perpendicular a las olas que me azotaban. Sin carta que me indicara un rumbo a seguir, un objetivo que alcanzar, y un trayecto a recorrer.

El día a día era un vacío sin fin...

Y, entonces, un día llegaste tú. Acercándote poco a poco, desde el horizonte. Una vela blanca destacando sobre el cielo... Llegaste despacio, sin prisas, casi sin hacer ruido. Entraste en mi playa de soledad para instalarte en ella para siempre. La arena adquirió otro color, la gente se hizo visible de nuevo, y el mar volvía a ser un aliado amigable que no me aislaba, sino que me integraba.

Los días eran más cortos estando a tu lado, y el cielo era del más grande de los azules. Todo era diferente desde el momento en que llegaste a mi vida. Todo era positivo y nuevo.

Mi rumbo quedaba fijado y solo me quedaba recorrerlo... Mi rumbo eres tú... y a ti me dirijo con la confianza del viejo lobo de mar que vuelve a saborear el sabor del salitre en su boca... y en la tuya.

No solo te amo, te vivo...


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