Goodbay

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29 sept 2011

Infiel

Cada hoja que cae del árbol te trae el recuerdo de aquella tarde de otoño.
El rojo del atardecer se refleja en tus ojos, ahora humedecidos por las lágrimas que brotan.
El olor a tierra mojada inunda tus sentidos. Intentas olvidar el dolor.


Caíste en aquel pozo negro que era la rabia y perdiste el rumbo, tus manos palpaban cada palmo de pared buscando sin éxito una salida que dejara entrar un atisbo de luz.

Tus ojos se acostumbraron a la oscuridad.


Pasaron los meses y tu memoria intentó bloquear el pasado construyendo un fuerte muro de ladrillos y cemento, pero la realidad lo golpeó con fuerza hasta derribarlo.

Ignoraste las manos amigas que te fueron tendidas y continuaste sumida en tu infierno.

¿Acaso habías desistido?, ¿te habían abandonado las fuerzas?

La culpabilidad se aferró a tu corazón corrompiéndolo desde dentro y destruyendo cada latido.
El veneno lacerante de la infidelidad pesaba sobre tus hombros.


Sabes que nunca tendrás ese perdón que, seamos realistas, no mereces.
Tus actos fueron puñales clavados en la confianza de tu amiga, de aquella a la que un día llamaste hermana y a la que traicionaste si pensar en las inevitables consecuencias.


Ahora el castigo impuesto a tu persona es ese oscuro pozo en el que permanecerás hasta poder limpiar tu conciencia con el beneplácito del tiempo. Y en el fondo de tu ser siempre sabrás que aquella tarde de otoño creaste una profunda fisura en una amistad ya imposible de recuperar.

¿Valió la pena?


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